COMPRENDAMOS

Fue en prepa cuando tuve mi primer encuentro con la ciencia como tal. Un poco tarde, más bien, bastante tarde para empezar a entender el mundo desde un punto de vista más crítico y escéptico. Las matemáticas y la física me atraparon con su infalibilidad y dificultad; la química, por esa capacidad de transformar una cosa por otra, por ese don particular de hacer magia. Creo reconocer en la experimentación aquello que me permitió acercarme a la ciencia. No eran experimentos inéditos, ni procedimientos complejos u originales de mis maestros: eran prácticas tan antiguas como las marchas analíticas de Vogel. Y aún así, sin tantas fanfarrias, el reto de entender lo que mis ojos presenciaban era más que suficiente para llenar mis tardes de entretenimiento sin contar, por supuesto, con las pláticas tan divertidas de mis amigas quienes formaban parte de mi equipo de trabajo. Ni mis maestros ni yo estábamos en busca del hilo negro: no hay gran creatividad en seguir un procedimiento como una receta de cocina. Sin embargo, les agradezco la oportunidad que me dieron de observar todos esos fenómenos y por despertar así mi interés por la ciencia, por abrir mi mente a la infinita posibilidad de respuestas que una sola pregunta puede generar.

Al fin y al cabo mi curiosidad se despertó y mi anhelo de respuestas me llevó a indagar en las fuentes de información con las que disponía en mi pequeña ciudad: enciclopedias y libros no muy recientes. En esos tiempos, finales de los ochenta y principios de los noventa, no había internet allá y a veces las respuestas no estaban en el papel, así que dejaba volar mi imaginación un poco y me inventaba los procesos que explicaban lo que ocurría. Los tiempos han cambiado y yo también. Hoy no osaría inventar con tal audacia la explicación de un fenómeno sin un buen fundamento bibliográfico o experimental. La manera de hacer ciencia ha cambiado también con el arribo de las computadoras. Pero aún con todo esto, hay un principio, un punto de partida inmanente en el tiempo: la gestación de esa pregunta dentro del cerebro del que observa. Es aquí, en este punto clave donde nosotros los profesores tenemos la responsabilidad más grande. Es en nosotros donde radica la chispa que ha de iniciar todo el proceso de hacer ciencia. Nosotros somos el vehículo que ha de llevar al alumno a experimentar y dejar volar su imaginación. Fomentar en ellos la capacidad de deducción, el razonamiento lógico y analítico, la creatividad y la curiosidad es tarea del docente comprometido con su vocación. Creo firmemente que en nuestras manos están las mentes que han de sacar adelante a nuestro país; más nos vale, entonces, echar manos a la obra.