"comprehendere scire est"

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Consejo Nacional para el Entendimiento Público de la Ciencia.

¿Qué lugar ocupa la escritura a mano en tu vida?


Biol. Rodolfo Carvajal Mateos + Control De Calidad Janssen-cilag De México

Desde el inicio de nuestra vida, nosotros encaramos nuestro entorno a través de los sentidos; la vista, el oído, el olfato, el gusto, sin embargo el tacto es nuestro primer medio de contacto para descubrir el nuevo mundo al que llegamos al nacer.

El tacto es nuestra interfase con el ambiente, donde interactúan miles de corpúsculos de Meissner, Ruffini, Paccini y bulbos terminales de Krause para transmitir fielmente el calor de nuestra madre por primera vez, el frío de la incubadora y cada nueva textura que revela interminables maravillas siempre cambiantes durante nuestro desarrollo. Desde temprana edad, la escritura empieza a tomar un valor incalculable en nuestra relación con la gente que nos rodea; esas figuras exóticas y fascinantes que nos ensañan por primera vez, que nos acercan sin saberlo, a lo que a futuro será parte inherente de nuestra personalidad.

Nuestros padres y maestros comienzan a saber más de nuestra actitud y habilidades cuando observan por primera vez nuestros primeros intentos de escritura. Esas primeras tareas, en numerosas ocasiones constituyen una etapa en la que se fortalecen más nuestros vínculos paternos, animados por el entusiasmo de ver a los hijos iniciar el ritual de la escritura. La sonrisa de un niño ante la señal de aprobación de su madre cuando por sí mismo termina correctamente un ejercicio.

Este episodio representa un hito en la vida de muchos de nosotros, pues abre las puertas del conocimiento en todos los sentidos. Despierta el placer de escribir, de comunicar nuestras ideas, sentimientos y necesidades. Facetas que con el tiempo remarcamos o cultivamos, algunos hasta la maestría de las grandes obras literarias, dignas de trascender como parte del acervo cultural de una nación. Esto demuestra tan sólo un tono de la gama de oportunidades en que nos desenvolvemos a diario, debido a nuestra necesidad de escribir. En este mundo tecnificado, la idea de que los ordenadores, agendas electrónicas, celulares con mensajes escritos y complejos dispositivos de comunicación, pueda reemplazar la escritura a mano en su totalidad aun se presenta como una imagen irrealizable, y quizás hasta indeseable y carente de atractivo.

La continua búsqueda de innovadoras tecnologías en las áreas de la información y comunicaciones no debe ser justificante para considerar el arte de escribir con nuestro puño y letra como algo obsoleto, irreverente y carente de sofisticación. La palabra escrita representa una sublime ventana a los sentimientos y virtudes del ser humano, mucho más veraz de lo que nosotros podríamos imaginar.

Elementos tan impactantes como sutiles, se pierden al usar otro medio para transmitirlos. Este medio es como el lienzo de un pintor, donde plasma imágenes plagadas de exquisitas sensaciones e incontables emociones. Un intrincado kaleidoscopio de estados de ánimo son reflejados en una carta escrita a mano, cuya métrica, intención, diligencia, regocijan a más de un destinatario ansioso o quiebran la moral más rígida y ecuánime.

Es en este medio donde uno repara en el cuidado de sus letras y expresiones, que tarde o temprano sin frívolo ni tímido paso acometen con su mejor golpe la razón y corazón de quien cruce su camino.

Que mejor arma para el escritor fecundo cuya obra ha conquistado más reinos y almas en el curso de nuestra historia que cualquier sangre derramada o bouquet de rosas....

Algo igual de trascendente, como lo son los matices de nuestra personalidad cuando nos aventuramos a escribir a mano, lo es el tiempo que invertimos en ella; no sólo es un instante en el que hacemos una referencia automática, casi involuntaria de nuestras conexiones neuronales o sinapsis, no... eso es lo que plasmamos cuando usamos un teclado, contestamos un e-mail a seres sin rostro o redactamos un reporte rutinario, inexpresivo, sin cuerpo ni esencia. El escribir a mano es encapsular en cada curva y trazo, el tiempo. Un instante más allá de concepción de la rutina, de la ambición por acortar los lapsos y ahorrar explicaciones en situaciones apremiantes.

Cuando escribimos con nuestra mano, la pluma es una extensión de nuestro cuerpo, que va marcando con nuestra huella única y personal el papel sin vacilación alguna, es un instrumento de precisión tan delicado y fuerte como la mano que lo guía.

Cada segundo invertido en nuestra obra es una representación de nuestro deseo de trascender, de inspirar, de esculpir, creando una dedicatoria tangible, producto de nuestro intelecto, de nuestra necesidad inalienable de satisfacer nuestra exigencia de razón, sensibilidad y poder.

Incluso nuestra palabra escrita es capaz de representar el nivel de importancia del receptor para nosotros, sin necesidad de adornos estrafalarios, ni envolturas lujosas. El más prolijo y efusivo escritor es capaz de poner al lector en el más alto de los planos etéreos como en la más obscura de las depresiones. Esto es el producto no sólo de lo que se escribe, sino de la forma de nuestros trazos, inclinación, tamaño y forma de nuestras letras. En la presión sobre la hoja mostrando la fuerza y tensión de nuestros pensamientos, los estados alterados o precisos con los que nos llegan las ideas y la forma en la que fluyen por nuestros dedos. La limpieza y meticulosidad con la que ordenamos nuestras ideas dan la pauta del tipo de escritor al que nos enfrentamos, cada detalle por imperceptible o exiguo que parezca nos presenta un retrato psicológico de la persona. El lugar que ocupa la escritura a mano en nuestras vidas y particularmente en la mía, es un sitio privilegiado, carente de ataduras y apasionado como la vida misma.

Ninguna otra actividad puede compararse al deleite de escribir y hormar una hoja con nuestra letra, ver surgir en cada escrito el producto de nuestro empeño, sin segundas oportunidades, sin arrepentimientos ni incertidumbres. Cuando escribimos a mano se produce un estado emocional excepcional, que inclusive fluctúa mientras redactamos cada línea, podría hasta decirse que se respira a nuestro alrededor, pues va más allá de una mera disposición. Así como el músico afina su instrumento, uno afina su alma y su razón si realmente desea escribir.

Escribir para algunos es un don y algunos de nosotros anhelamos llegar a un estado bien que próximo a la satisfacción de nuestra transmisión escrita de ideas, pero lo que es irrefutable es que pocas cosas en nuestra vida moderna se traducen en placer por algo tan antiguo, sencillamente distintivo y trascendente como nuestra escritura a mano.

(*) Ex-alumno de la Licenciatura en Biología, UDLA, Puebla Laboratory Information Management System


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