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Consejo Nacional para el Entendimiento Público de la Ciencia.

Estudiar en el extranjero: una gran aventura


Gabriela Espinosa + Institutt for Teknisk Kybernetikk Norges Teknisk-Naturvitenskapelige Universitet

Estudiar en el extranjero es, por que no decirlo, una gran aventura. Implica conocer un mundo diferente, con un sistema educativo nuevo, costumbres distintas, y sobre todo adquirir nuevos conocimientos bajo otra perspectiva.

Siempre me había llamado la atención estudiar en el extranjero. Sin embargo, hacer un doctorado en España fue circunstancial. Al finalizar la Licenciatura de Ingeniería Química en la UDLA sabia que quería seguir estudiando pero no tenía muy claro ¿QUÉ? y ¿DÓNDE? Un día al pasar frente a los tablones de anuncios del departamento vi un cartel en el cual se ofrecían becas de doctorado en Ingeniería Química. Sin pensarlo mucho envié la aplicación. Unos meses más tarde, estando trabajando en Xerox (Aguascalientes), me llegó el aviso de que había obtenido una beca para realizar una estancia de 4 a 5 años en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona. A decir verdad, todo fue demasiado rápido: en octubre del 1997 me encontraba en una nueva ciudad del otro lado del “charco” intentando labrarme un futuro.

No debemos perder de vista que, a pesar de ser una experiencia enriquecedora, se necesita un período de adaptación a las costumbres del país. Pasaremos unos meses siendo meros espectadores, situándonos en una cultura y costumbres diferentes, antes de integrarnos plenamente en el engranaje de esa nueva sociedad que nos acoge. Cuanto más diferente sea el país en el que aterricemos, mayor será este período.

Aún con toda la voluntad de integrarme plenamente en otra cultura que, a decir verdad, en el caso de España tiene muchas similitudes con México, (el idioma, las costumbres cotidianas, qué se come, cómo se vive, qué se puede hacer en el fin de semana, el sistema educativo, los interminables procesos burocráticos) el recelo y la incertidumbre me acompañaron durante los primeros meses. Ahora, que lo miro retrospectivamente, me parece que todo fue relativamente fácil.

Hace un mes que llegué a Trondheim (Noruega) donde actualmente realizo una estancia posdoctoral. Aunque parezca sorprendente, la similitud entre los primeros meses en ambos países es mucha: visados, buscar un apartamento, aprender dónde comprar, qué comprar y, en este momento, hasta cómo caminar en una superficie cubierta de hielo

Y aunque a veces pensemos que el idioma puede llegar a ser un inconveniente, es simplemente un escalón más que tenemos que superar. Debemos recordar que aunque el inglés es siempre un idioma comercial, y en mi experiencia un 80% de la gente lo habla, nos queda aún una herramienta más útil, que es el lenguaje de los gestos. Y les puedo asegurar que funciona en un 95% de los casos. Así, si llegas a la tienda y no sabes como pedir algo, que no te ataque el pánico: lo señalas con el dedo y normalmente consigues lo que deseas. En el caso de España también se necesita una adaptación lingüística, por increíble que parezca. A los curitas las llaman tiritas, el diurex se llama celo y las plumas bolígrafos. Y habría para escribir un libr

La constancia y perseverancia son factores claves del éxito o el fracaso en tu proceso de adaptación. Muchos son los que durante los primeros meses nos desanimamos porque sentimos que no formamos parte de esa cultura y pensamos que no vamos a sobrevivir. Recuerdo que durante mis primeras semanas en Cataluña la gente me parecía muy cerrada, te hablaban muy golpeado, como si te estuvieran regañando. Un dato curioso: mi supervisor es una persona muy nacionalista (concepto que me costo mucho asimilar) y al entrar en la primera reunión, lo primero que me dijo fue: “aquí es parla catalá (aquí se habla catalán)”. Y aunque es muy similar al español, durante los primeros tres meses me quedaba con la tercera parte de las cosas. Con el paso del tiempo aprendí a entender el nacionalismo Catalán, a querer la lengua y por supuesto a su gente.

En contraste, al llegar a Trondheim me encontré con mucha gente que estudia español. Es común encontrar a gente en el supermercado que al escucharte hablar en español se acercan a ver si te pueden ayudar. Otros sólo se acercan por curiosidad a ver en que idioma hablas. Y algunos otros que cuando muestras interés por aprender noruego se sorprenden, considerándolo un hecho extraño al ser una lengua minoritaria (aquí todo el mundo habla correctamente inglés).

Sin embargo, el común denominador en ambos sitios, y me atrevería a decir que en la mayoría de las ciudades en el mundo, es que una vez que te identificas con la cultura es cuando comienzas a formar parte de la sociedad en la que vives. Hablando de cosas comunes, en Tarragona aprendía a disfrutar de una buena tertulia en compañía un buen vermut, sentada en una terraza de la Plaza de la Font (la plaza del ayuntamiento). En Trondheim por el contrario, la gente disfruta de fines de semana practicando ski de fondo o alpino o de excursión por el país. Quién puede negar que ambas cosas, aunque banales, son entrañables. Al menos en este momento, añoro cosas de los últimos seis años en Tarragona como añoro tantas otras cosas de México. Pero, por supuesto, el aquí y el ahora me presenta un abanico de posibilidades no menos interesantes.

Una duda con la que nos solemos comer la cabeza es, sin duda, el tema sobre el cual versará nuestra tesis doctoral. Si he de ser sincera, tuve que elegir tema entre una gama tan diversa que iba desde estudio de flujos turbulentos en un túnel de viento hasta la predicción de propiedades fisicoquímicas usando redes neuronales. Me quede con este último tema no porque supiera exactamente que era, sino porque había que escoger. Esto no supone que todos los que hacen un doctorado pasen por la misma situación. La mayoría de la gente, antes de introducirse directamente en una tesis doctoral, realiza alguna especialización (por ejemplo, una maestría), la cual te da una base teórica suficiente y una introducción a la investigación como tal. Sin embargo, no creo que sea tan grave tomar directamente la opción del doctorado, porque si de algo estoy convencida es que un tema al cual le dedicas 4 o más años de tu vida termina atrapándote.

Es muy importante añadir, llegados a este punto, que la interdisciplinariedad es la base de casi todos los programas de doctorado. Es frecuente encontrar químicos, biólogos y hasta matemáticos en un programa de doctorado en ingeniería química y, por lo tanto, también es frecuente que en una tesis se involucren varias área de conocimiento. Sin ir más lejos, ahora mismo realizo un posdoctorado en el departamento de cibernética de NTNU en colaboración con el área de pediatría del Hospital de la misma universidad. Suena extraño, ¿no? Sin embargo, no lo es: durante el doctorado lo que aprendes es la metodología de investigación, adquieres herramientas, conocimientos en distintas áreas (interdisciplinares, que decíamos hace un momento). Ahora, me parece fascinante poder aplicar sistemas de reconocimiento de patrones, que anteriormente utilizaba para predecir temperaturas críticas o puntos de fusión de compuestos orgánicos, en tratar de discernir si un niño prematuro esta sano o no.

El trabajo de investigación nunca es fácil, requiere invertir muchas horas sin frutos. Una vez, un profesor me dijo que el doctorado era un cúmulo de fracasos, y que aquel que obtenía el grado era quién había aprendido a sobreponerse con la energía suficiente para buscar nuevos caminos. En este momento le doy toda la razón: cada línea de investigación es un mundo lleno de sorpresas. Y cada vez con mayor frecuencia te encuentras en una mesa con gente con una formación muy distinta a la tuya que trabaja en un tema similar al tuyo. Como dije anteriormente, durante el tema de mi tesis doctoral versaba sobre la predicción de propiedades fisicoquímicas de compuestos orgánicos, un problema muy de ingeniería química. Sin embargo, las herramientas que usé para construir el modelo, redes neuronales, me introdujeron en un mundo completamente ajeno a mi formación hasta ese momento. Esto me llevó a trabajar muy cerca de informáticos, físicos y matemáticos (quién lo diría). Y es precisamente esa herramienta la que me facilitó obtener la beca posdoctoral de la que ahora disfruto. El ERCIM (European Research Council of Informatics and Mathematics) otorga becas de intercambio entre diversas universidades y centros de investigación a jóvenes doctores recién egresados. Aún no puedo hablar con profundidad de esta última experiencia ya que llevo poco más de un mes en Trondheim. Creo que como cualquier otra experiencia esta también valdrá la pena.


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