"comprehendere scire est"

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Consejo Nacional para el Entendimiento Público de la Ciencia.

Sobre las aventuras de Solitón, la Onda Solitaria, mejor conocido como El océano tiene onda


Luis Javier Plata Rosas + Universidad De Guadalajara, Campus Puerto Vallarta

Esta es la brevísima historia de un libro que al principio pretendía ser una obra de divulgación expositiva y, digamos, “tradicional”, en el sentido de explicar al lector no-oceanólogo qué son las ondas internas, en general, y los solitones u ondas solitarias, en particular, en el océano. El problema comenzó porque en cuanto quise sentarme a escribir el primer capítulo me aburrí mientras intentaba definir algunos términos oceanográficos y entonces me puse a escribir un cuento protagonizado por un solitón, que era miembro de una agencia de espionaje e investigación conocida como CIRCENSE (en referencia al CICESE, el Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada). El resultado fue una novela de ciencia EN ficción -inspirada por obras de este género como las de Carl Djerassi-, en la que la ciencia es actual y es parte de una narración ficticia.

Esta novela la escribí hace varios años para participar en el Concurso Internacional de Divulgación Ruy Pérez Tamayo, convocado por el Fondo de Cultura Económica (FCE). Obviamente, no gané (loser!), pero no me desanimé y decidí enviarla al editor responsable de divulgación científica en el FCE. No la aceptaron (doble loser!), y entonces decidí enviarla al editor responsable de ficción en el FCE. Tampoco la aceptaron (ya saben qué va en este paréntesis), por lo que la envié a Carlos Graef, quien era el director general de Ediciones B y a quien conocía de sus tiempos de director en Paidós. Y él y Yeana González, en ese entonces directora editorial de Ediciones B, aceptaron publicarla (in your face, FCE! Creo).
El libro estaba al principio embarazado de ecuaciones porque la convocatoria del FCE indicaba que las obras tenían que ser escritas pensando en lectores de nivel medio superior en adelante. Yeana y Lola Ancira, mi editora, me dijeron: “Ok, pero ahora la intención es que este libro puedan y quieran leerlo quienes, por ejemplo, están un día haciendo compras por los pasillos de Walmart. Quita todas las ecuaciones”. Yo quería dejar por lo menos las más sencillas, aquellas que podían ser analizadas término por término sin mayor problema por un niño de primaria con conocimientos de operaciones básicas (suma, resta, etc.), pero que le permitieran a los lectores meterse un poco en la piel de quienes trabajan con ellas en oceanografía física.
Lo mismo pasó con las figuras: yo tenía decenas de ellas y, luego de un estira y afloja con Yeana y Carmen, nos quedamos con las que consideramos que servían para hacer más entendible los temas que tocaba en el libro. El detalle es que, en ciencia, ecuaciones y figuras son muchas veces el núcleo, el corazón, la parte central de los resultados de una investigación gracias a la cual es posible comprender a profundidad el fenómeno y los procesos de los que se trata.

Y lo mismo pasó con las explicaciones sobre conceptos y procesos oceanográficos… Yeana me había sugerido: “Quita todas y deja sólo la narración”, pero yo opinaba –y sigo opinando- que lo que explicaba sería suficientemente interesante como para que el lector no abandonara el libro. Ojalá no me haya equivocado. De todas formas, seguí a medias la indicación de Yeana y di un mayor peso a una de las protagonistas de la novela, de manera que fuera ella quien apareciese en lo que antes eran únicamente partes expositivas.
El resultado fue una novela y tres personas distintas. O más bien, una novela en la que uno de los personajes principales –un estudiante de posgrado de oceanografía- cuenta las aventuras de Solitón, una onda solitaria que lucha contra las misteriosas fuerzas de la KDV, una organización rusa con misteriosos y tal vez hasta malignos fines. Por otro lado, en la novela presenciamos los diálogos que tienen lugar entre este estudiante y otros personajes, principalmente Sagdev, un científico ruso que dirige la tesis y tiene poder de vida y muerte académica sobre el estudiante. Intercalados con éstos se encuentran capítulos llamados “Oceanografía para dummies”, en los que el protagonista intenta explicar varios conceptos y procesos relacionados con las ondas en el océano. Estos textos son revisados dentro de esta ficción por quien es la novia, colega y superior académica del estudiante; superior académica, en el sentido de que ella estudia el doctorado -un grado más alto que su novio-, quien no sabe si dedicarse por entero a la investigación o por completo a la divulgación al terminar sus estudios. En la vida real, raro es quien hace una elección tan tajante. Me valgo de los personajes de la novela para, además, contrastar puntos de vista sobre la práctica de la divulgación y de la investigación científica en México. Sagdev, por ejemplo, está convencido de que, para un científico, la divulgación es una completa pérdida de tiempo; si un científico se dedica a la divulgación, seguramente es porque “no dio el ancho”, por lo menos según él. A pesar de que los personajes y hechos narrados son ficticios, puedo atestiguar que no inventé ni una sola línea de lo que en algún momento opina cada uno de ellos.

Finalmente y usando una metáfora para nada científica y seguramente más que cursi, El océano tiene onda (título puesto por la editorial, por más que me esforcé en opciones como la que da nombre a esta reseña) es producto, no de mi hígado, no de mi bilis derramada, sino de mi corazón y, espero, de mi cerebro: la escribí con mucho cariño por la ciencia, por la divulgación, por la ficción, por los investigadores, por los divulgadores, y por los jóvenes y no tan jóvenes estudiantes de ciencia. Ojalá que disfruten esta novela.


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