COMPRENDAMOS

Desde siempre la curiosidad humana va más allá de lo perceptible, de lo comprensible y de lo admirable, que es imposible poder enfrascarla y retenerla con una corcholata para después ser destapada y nuevamente darle sus propiedades intrínsecas; la curiosidad no obedece a la ley de los gases que otorgan la posibilidad de comprimirse y descomprimirse bajo ciertos grados de libertad; de esta forma la curiosidad puede ser reprimible sin la posibilidad de ser reversible.
En el corto rato que llevo en el mundo farandulesco de la ciencia (es farandulesco por que también tiene sus divas y divos) me he topado con muchas situaciones que se asemejan a las antiguas sociedades de castas en dónde la parte más baja de su pirámide es ocupada por los estudiantes y la cima por los todo poderosos doctores, sin ser esto lo peor, me he topado con algo que sólo en la universidad me ha sucedido y que me ha dejado un poco decepcionado de estudiar ciencias: la limitación de creatividad y curiosidad por parte de los doctores hacia los estudiantes.
Normalmente cuando un estudiante tiene una idea que podría aportarse hacia un proyecto o experimento, es vista por los profesores como un atentado hacia los métodos y técnicas que ellos han desarrollado con su curiosidad y creatividad, puesto que son obtenidas después de años de revisión en recetarios artículos y cualquier cambio podría no ser exactamente el que el artículo dice. Por otro lado cuando apenas se quiere desarrollar el método o le da flojera al profesor, el indicado para hacerlo es el estudiante; si a este momento se piensa que el alumno es libre de aplicar su conocimiento y alimentar su curiosidad, es un rotundo error, puesto que  el alumno se debe de basar en artículos que diferentes autores han desarrollado con su propia curiosidad o aún peor para terminar de matar toda intensión de darle un mal uso a los recursos que bondadosamente y “desinteresadamente” ha dado Professor  al alumno, los artículos son del  mismo profesor director del proyecto.
Lo anterior me recuerda a aquella historia de dominio público que dice así:

    Una vez un pequeño amigo niño fue a la escuela. El era en verdad un pequeño niño y aquella si era gran escuela, pero cuando el pequeño niño descubrió que podía llegar a su salón caminando desde la puerta de entrada, se sentía feliz y la escuela no se veía tan grande.
    Un mañana en la escuela, su maestra le dijo “Hoy vamos a dibujar” “Que bien”, pensó el pequeño. A él le gustaba dibujar. Podía pintar muchas cosas: leones y tigres, pollos y vacas, trenes y barcos. Sacó su cajita de crayolas y empezó a dibujar. Pero la maestra le dijo: “Espera. Aún no es hora de comenzar”, y el niño esperó a que todos los demás estuviesen listos. “Ahora” dijo la maestra, “vamos a dibujar flores”; “Que bien”, pensó el pequeño. A él le encantaban las flores y comenzó a dibujar algunas, con sus crayolas amarillas, rosadas, azules y rojas.
    Pero la maestra le dijo: “Espera a que te muestre cómo”. Mostró el dibujo de una flor roja con un tallo verde. “Aquí está”, dijo la maestra, “ahora puedes comenzar”.
    El pequeño miró la flor de la maestra y luego miró la suya; a él le gustaba su flor más que la de la maestra, pero no dijo nada. Tan solo volteó su hoja, e hizo una flor similar a la de la maestra. Era roja con tallo verde.
    Otro día cuando el pequeño abría la puerta por sí solo, desde afuera la maestra dijo: “Hoy vamos con trabajar con plastilina”. “Qué bien”, pensó el niño, “me encanta la plastilina”. El podía hacer muchas cosas con greda: culebras y hombres de nieve, elefantes y camiones; comenzó a tallar y a pellizcar su bola de plastilina.
    Pero la maestra le dijo: “Espera. Aún no es hora de comenzar”, y el niño esperó que todos los demás estuviesen listos. “Ahora”, dijo la maestra, “vamos a hacer un platito”. “Que bien”, Pensó el niño, y esperó a que la maestra dijera que hacer, pero ella no dijo nada. Tan sólo caminaban por el salón.
    Pero la maestra le dijo: “Espera te mostraré cómo”. Enseño a todos cómo hacer un plato hondo. “Ahí está”, dijo la maestra. “ahora pueden comenzar”.
    El pequeño niño miró el plato de la maestra y luego el suyo. Sus platos eran mejores que el de la maestra, mas él no dijo nada; tan sólo amasó de nuevo su plastilina y formando una gran bola hizo su plato similar al de la maestra. Este era un plato hondo.
    Muy pronto el pequeño aprendió a esperar y a mirar, y hacer las cosas como la maestra, y muy pronto, él no hizo cosas nunca más a su manera.
    Entonces sucedió que el pequeño y su familia se mudaron a otra casa, en otra ciudad, y el pequeño tuvo que ir a otra escuela.
    Esta escuela era aún más grande que la otra y no había puerta que impidiera el acceso a clase. Tenía que subir unas escaleras grandes y pasar por un corredor largo para llegar a su salón.
    El primer día la maestra dijo: “Hoy vamos a dibujar”. “Que bien”, pensó el niño, y esperó a que la maestra dijera qué hacer, pero ella no dijo nada. Tan sólo caminaba por el salón.
    Luego ella se acerco al pequeño y le dijo: “¿No quieres dibujar?” “Claro que sí”, dijo el niño, “¿Qué vamos hacer? No sé hasta que lo dibujes”, dijo la maestra. “¿Cómo lo haré?”, preguntó el niño. “Como gustes”, respondió la maestra. “¿Y cualquier cosa?” agregó el niño. “Por supuesto”, concluyo la maestra, “¿Y con cualquier color?” agregó el niño. “Por supuesto”, concluyó la maestra, “si todos dibujaran lo mismo, y usan los mismos colores, ¿cómo sabré quién hizo qué y cuál es cual?”. “No sé”, dijo el niño, y comenzó a dibujar una flor roja con un tallo verde.

Pero afortunadamente, el martirio del estudiante acaba  cuando obtiene un doctorado y usa los artículos de su antiguo profesor para mandar a sus estudiantes a “hacer ciencia”.