"comprehendere scire est"

Divisor

Consejo Nacional para el Entendimiento Público de la Ciencia.

Aprendimos y jugamos. omnisciencia con mi alegría


Luis Javier Plata Rosas + Universidad De Guadalajara, Campus Puerto Vallarta

“Yo era un niño feliz aquí en México, con muchos amigos. De alguna manera, ya desde muy niño me gustaba mucho la ciencia, leía biografías de científicos. Entonces pedí como regalo de Navidad juguetes de química, un microscopio; ahí fue cuando decidí que yo me iba a dedicar a la ciencia.”
Mario Molina, premio Nobel de Química

www.mialegria.com.mx
“Estamos renovando nuestro sitio. Pronto tendremos sorpresas y todos tus juguetes.”
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No. 296
Omnilab
“Juega con todas las ciencias en un solo estuche > física, química, geología, óptica y electricadad (sic).”


Es hasta ese momento, luego de varios cliqueos y teclazos en la computadora, que aparece la fotografía de uno de los juegos científicos “Mi Alegría”. Y parece que no han pasado siete décadas para la compañía Algara, fundada en 1937 por Ángel Algara. La caja azul claro y las letras rojas en cursiva bien podrían haber salido del clóset de la casa de nuestros padres o abuelos. Los mismos tubos de ensaye, las etiquetas que identifican los compuestos, los lentes de plástico… hasta la fotografía del niño vestido con camisa y corbata, culpable de que sus contemporáneos de hace veinte, treinta o más años fueran considerados “nerds” si se atrevían a pedir Mi Primer Juego de Química para su cumpleaños o, peor aún, en Navidad. “¿Y si haces que explote la casa?” “¿Y si te envenenas por tragarte alguna de esas sustancias?” “¿Y si provocas un incendio?” “¿Y si…?” “¿Por qué no mejor pides unos muñecos de “La guerra de las galaxias” o, si de plano estás empecinado en eso, una autopista?” No era raro en esa época escuchar cosas así de nuestros padres y familiares, preocupados por el bienestar físico de sus querubines y del resto de la familia.

Para los padres y niños de hoy la consternación que provocaban los juegos de química puede que sea completamente anacrónica. Para los jóvenes padres del siglo XXI un simple estuche de química básica no puede seguir siendo la especie de caja negra que representaba para generaciones anteriores y familias de ayer que veían en el primer -y a veces único- de sus jóvenes integrantes graduado como médico o abogado un triunfo compartido no sólo por los progenitores, sino por buena parte del árbol genealógico. Seis años de primaria (a veces más), tres de secundaria (a veces más), tres de preparatoria (a veces más) deben haber bastado para que estos padres del futuro presente se familiarizaran con los conceptos fundamentales de la química, de la biología y de la física en general, sin importar qué tan alejada del ejercicio profesional de la ciencia estuviera la licenciatura que después eligieran estudiar –así fuera derecho, administración o turismo-. Después de todo, el haber jugado alegremente a ser químico con tubos de ensaye –sin importar que éstos no fueran de vidrio Pyrex, sino de delgado plástico- seguramente los familiarizó con el trabajo experimental, casi inevitable en el mundo de la ciencia –una de las pocas excepciones (y sólo hasta cierto grado): la astronomía- ¿O no fue así?

Pero sigamos con el recorrido por el pasado y presente –que, desafortunadamente y haciendo por un momento de lado la nostalgia y la deuda que con “Mi alegría” tenemos todos aquellos que alguna vez nos convertimos por algunas horas en doctores gracias al maletín médico; o en biólogos al abrir y examinar bajo la lupa la rana o el pescado incluidos en la caja de Biología; o en neurólogos después de disecar el gelatinoso, rigurosamente hablando, cerebro de grenetina -que podíamos comer una vez cuajado y observado-; o en geofísicos, al reproducir una erupción en miniatura –experimento favorito de incontables niños ahora adultos que, hace ya muchos años, nos asombrábamos al ver el comercial que lo anunciaba por televisión-; o en astrónomos, vía uno de los telescopios cuyos precios permitían a nuestros padres adquirirlos sin tener que visitar alguna casa de empeño. Sería imperdonable omitir que, hace tan sólo algunos años –la última vez fue en el 2004, por lo menos por lo que se puede ver en su sitio en la red- la compañía Algara realizaba año con año un concurso en el que el ganador visitaba, acompañado de un adulto y con todos los gastos pagados, el Observatorio de San Pedro Mártir, ubicado en Ensenada, Baja California, o el Observatorio de Tonanzintla, Puebla. ¿Cómo puede un niño, por el resto de su vida, olvidar una experiencia así? ¿Cómo podría la astronomía serle ajena alguna vez y desde entonces al afortunado niño ganador?

Tal vez sea un poco injusto decir que poco ha cambiado en la única compañía mexicana que tiene a los juegos científicos como emblema y razón de ser: ahora el Super Laboratorio Mi Alegría “te permite realizar mil experimentos de diez ramas científicas diferentes”. Dentro de la compañía Algara, la línea de juegos científicos “Mi Alegría” tiene casi cincuenta años con una competencia, dentro del país, casi nula en su rama. No sólo eso: de acuerdo con una entrevista publicada en El Universal el 3 de enero del año pasado, niños costarricenses y venezolanos son también usuarios habituales de telescopios, microscopios, laboratorios de geología, química y biología de “Mi Alegría”.

www.scientificonline.com
Edmund Scientific’s
The Brightest Minds Think Edmund Scientific (“Las mentes más brillantes piensan en Edmund Scientific”)

En la dirección en Internet de la principal compañía distribuidora de juegos científicos en nuestro país vecino desde hace de cincuenta años, uno puede comprar en línea productos como los siguientes:

  • Un “planetario personal” que cuenta con un Sistema de Posicionamiento Global que le permite al usuario, al apuntar el instrumento hacia el cielo, identificar al instante miles de estrellas, planetas y constelaciones, por “únicamente” 399 dólares.
  • Un generador Van de Graff: “una máquina electrostática que utiliza una cinta en movimiento para acumular muy altos voltajes en una esfera metálica hueca. Este generador puede ser usado para realizar experimentos electrostáticos en una escala espectacular”. Nuestros hijos pueden poner la mano en estas esferas luego de realizar un solo pago de 499 dólares.
  • Un juego de química ChemC2000, que incluye un manual de 96 páginas, a todo color para guiarnos a lo largo de 250 experimentos sobre, entre otros temas, reacciones y electricidad, ácidos y bases, y química en la cocina. El precio, “un regalo”: 139 dólares con 95 centavos.

Como comparación, el “Juego de Química” Mi Alegría viene con un instructivo de 14 páginas, en blanco y negro, y tiene un precio similar al de cualquier película –original, no pirata- en DVD.

En una entrevista publicada por “El Universal” el 3 de enero del año pasado, Jerónimo Rangel, director de mercadotecnia de “Mi Alegría”, comentaba: "Probablemente los ingenieros que en 20 años estén poniendo una estación espacial en la Luna o descubriendo el nuevo combustible que moverá al mundo, están jugando con un juego de química Mi Alegría.” Por lo menos en el caso de México, y con base en los datos duros de casi medio siglo de historia -apoyados por recuerdos de científicos contemporáneos como el premio Nobel de Química Mario Molina-, sería injusto no darle la razón.

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