COMPRENDAMOS

-Estoy calmado ahora. Y lo que le digo no es una invención, puede comprobarlo usted mismo.

-Empezaremos de nuevo. Esta vez, sin grabadora. Muy bien. Ahora nadie podrá escucharnos.

Valle tomó otró de sus cigarrillos, lo cual me pareció una confirmación más de su precario equilibrio mental; aspiró hondamente antes de decir:

- El asunto fue complicándose a medida que desenterramos la evidencia. Primero, aislamos una pequeña región de la red. Hicimos comparaciones estadísticas y en efecto encontramos discrepancias que aumentaban con el tiempo de aislamiento. Utilizamos un grupo de control y todo eso. Y nos fuimos convenciendo lentamente, pero nos eludía el significado de todo aquello: ¿quién se había tomado tantas molestias?

-Pues a mí no me parece que falte ningún número. 1,2,3,4,5,6,7,8,9,... ¿lo ve?

-Es que usted está acostumbrado a contar de esa manera. Si hubiera nacido el siglo pasado, le resultaría evidente que falta un número. Igual que usted, nosotros también nos preguntamos ¿dónde?

El cigarrillo se consumía lentamente, pues Valle sólo le prestaba atención a lo que recordaba. Tomé nota mental y le cuestioné de nuevo.

-No se necesita ser un teórico numérico para saberlo: no hay espacio entre los enteros para que quepa uno más; por definición, al tres le sigue el cuatro, al cuatro el cinco, al cinco le sigue el seis, y así sucesivamente. No falta, no puede faltar ningún número en la secuencia.

-También lo pensamos así al principio. Pero como no teníamos ninguna otra explicación alternativa, mantuvimos la hipótesis del número secreto, como medida de precaución. Era la mayor estupidez que habíamos concebido, pero explicaba los hechos.

Valle pareció concentrarse, frunciendo el entrecejo. En el reloj de pared sonaron las ocho. Empezaba a cansarme y deseé que aquello acabara pronto. Valle continuó su relato.

-En esencia, nuestra teoría suponía que "alguien" había alterado la forma de contar, efectivamente desapareciendo un número de la secuencia de los números enteros, tal y como la describió Peano. Y como a nadie se le había ocurrido mirar por sí mismo en los famosos axiomas en los últimos tres siglos, se les había pasado frente a las narices el escamoteo de un número.

-Pero insisto, ¿quién estaría interesado en desaparecer un número?

- Pues mucha gente: los militares, las polinacionales, varias guerrillas, el narco,... ¡Vaya usted a saber!

Mire el reloj de la pared de nuevo, las ocho y veinte. Tiempo de extraerle más información a Valle...

- ¿Cuánto tiempo ha estado trabajando en este caso, Valle?

- Cerca de dos años, si mal no recuerdo. Tomás empezó a escarbarle y yo seguí cuando lo corrieron por inepto. Los números son una de las prioridades de la vida moderna, ¿sabe? Están en todas partes: número de seguro social, número de la calle y del apartamento, número de teléfono y número de fax. Es por eso que nos asustamos tanto en la oficina cuando encontramos la evidencia del número secreto. Bueno, de los números...

- ¿A que se refiere? - Yo a Valle lo veía bastante fuera de lugar, pero decidi darle un poco más de cuerda, al menos por otro rato. Después de todo, ya iban a dar las 8:40.

- Es evidente que un número secreto no basta. Cualquier idiota programador en estos días puede echar a perder un conjunto de transistores en la nueva generación de computadoras y hacer que una operación aritmética falle mientras miles salen correctas. Esto es diferente: ¡es una alteración a gran escala de la aritmética elemental, hecha sabe Dios por quién y para qué propósito!

Aquello era suficiente. Decidí cortar por lo sano.

- Mire usted, Valle. Su caso es grave. No quiero ocultárselo. Un delirio como el suyo no se ve todos los días. Incluso el director del instituto está interesado en su manía. Conmigo ya somos cinco los médicos que lo atendemos y francamente no sabemos de donde saca usted tanta imaginación. Tendré que darle otra cita, y más vale que sea pronto. ¿Le parece bien el 24 del mes que viene?

- Como usted diga, doctor Flores.

Valle era un buen tipo. No me gustó verlo salir del consultorio otra vez con aquella cara de "nadie me va a creer esto", apagándo los restos del cigarrillo en el cenicero de la esquina. Pero eran las 9:20 y yo tan sólo tenía 20 minutos antes de que dieran las diez de la noche. Había que pasar todavía a atender a otros pacientes. Saqué mi flamante radiocalculadora nueva y sintonicé la estación de las noticias. La voz digitalmente procesada del locutor iba diciendo:

- Son las 9:30 de la noche y hay un increíble congestionamiento vial entre las avenidas quinta y doce. Las seis cuadras están repletas de autos y algunos de ellos han tenido accidentes debido a la lluvia. Desde aquí podemos ver las matrículas: AG1784, HG2348, BG4297,...